Confesiones de una doncella inglesa by Anónimo

Confesiones de una doncella inglesa by Anónimo

autor:Anónimo [Anónimo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1800-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO X

Los días se convirtieron en semanas, las semanas, imperceptiblemente, en meses, y casi antes de que pudiera darme cuenta, había pasado un año. Excluyendo los pocos incidentes desagradables de tipo secundario como los que acabo de describir, en conjunto el tiempo había pasado de forma agradable y rentable.

Milagrosamente, me había librado de los tres problemas cuyas sombras amenazadoras siguen siempre de cerca a aquellas que comercian con sus favores sexuales: la sífilis, la gonorrea y el embarazo: los tres jinetes del Apocalipsis de la prostituta.

Mi salud era buena y había aumentado de peso, adquiriendo un par de kilos que mejoraban mi figura, aunque a costa de parte de la esbeltez femenina que al principio había sido un atributo tan valioso. Sin embargo, ya hacía tiempo que venía observando un cambio gradual en mi organismo físico, que se hacía cada vez más pronunciado, y esta situación no es corriente en los ambientes que frecuentaba.

Voy a decir las cosas claras. La sensibilidad sexual, que es la capacidad de responder fácil y activamente a la excitación erótica, disminuye con rapidez en la mayoría de prostitutas profesionales, que están obligadas a ejercer sus funciones sexuales con una frecuencia que excede mucho las previsiones de la naturaleza. El acto sexual se convierte en una mera rutina en la cual el placer o el orgasmo sólo son simulados para satisfacer la vanidad del cliente.

Gimen y suspiran y murmuran frases apasionadas, pero si se pudieran leer sus pensamientos, la despiadada burla quedaría al descubierto, pues una sola idea los ocupa: el deseo de acabar y librarse del hombre lo más pronto posible.

Ésta es la norma que debería haberse aplicado en mi caso, pero no fue así.

Deseos que debían haber quedado apaciguados por una satisfacción muy frecuente se calmaban sólo un instante, y casi inmediatamente renacían de nuevo con redoblada insistencia. Y la tendencia iba en aumento. Por extraño que parezca, a veces, después de haber experimentado media docena de orgasmos en una sola tarde, estaba obligada a masturbarme antes de lograr dormir. Patológica y físicamente, tenía una hiperpotencia sexual; estaba destinada, aparentemente por la madre naturaleza misma, a ser una ramera.

En ese momento propicio apareció, por primera vez, una influencia realmente siniestra en el horizonte de mi vida. Y aunque yo misma percibía un espíritu de perversidad en esa influencia, me sentía atraída hacia ella como una polilla hacia la luz de la vela. A sabiendas de que el destino que representaba era el mal, no deseaba resistirme a ella.

Montague Austin —¡qué recuerdos evoca este nombre!—. Recuerdos de pasión, crueldad, horror, mezclados con el penetrante e intoxicador veneno de una lujuria trascendental que no conocía otra ley que la satisfacción de su propio frenesí.

Teóricamente, yo estaba chiflada por ese hombre, pero nunca lo amé, ni lo creí. No, no lo amaba, pero amaba los locos arrebatos, el exquisito tormento de lujuria que tenía el poder de despertar en mí, como ningún otro hombre que haya conocido antes o después. Como una adicta a los sueños placenteros del opio, me convertí en una adicta a Montague Austin.



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